“NO HAY CIENCIA ASESINA, PERO HAY CIENTIFICOS ASESINOS”
Por algún motivo que no podría explicar, los hechos policiales tienen un especial atractivo para la mayoría de los seres humanos, incluidos los de un elevado nivel intelectual.
Pero hubo un caso, sucedido en Londres en 1888, sobre el que se escribieron más de cincuenta libros y se hicieron dos películas. Fue el de los crímenes de “Jack el Destripador”.
La Scotland Yard, la reconocida policía inglesa, tenía –y tiene- una especie de récord mundial en el descubrimiento de delitos varios. Posee más del 90 % de éxitos. Pero en el rubro “asesinatos” había llegado prácticamente al 100 % el número de los resueltos.
Hasta que este caballero- por mencionarlo de alguna manera- “Jack el Destripador”, les quitó el invicto, futbolísticamente hablando.
Nunca pudieron detectarlo, y por ende, no fue posible detenerlo. Pese a contarse con varios elementos favorables o mejor diría coincidentes.
Por ejemplo, que todas las víctimas, 4 en total, eran prostitutas.
Que las cuatro tenían más de 35 años.
Que los asesinatos ocurrieron todos en un mismo barrio de Londres –Whitechapel- y entre abril y noviembre de 1888, es decir en pocos meses.
Además todas las víctimas aparecían mutiladas, hasta diría con habilidad, lo que hizo suponer a la policía que el asesino podría ser un médico o eventualmente un carnicero, por el conocimiento anatómico y el hábil uso de la filosa arma asesina.
Las víctimas, además de prostitutas, eran todas alcohólicas, lo que presuponía que el asesino las conocía de los bares londinenses, o por lo menos era cliente de los mismos.
La policía contó con una ventaja adicional. Poseía una carta manuscrita del asesino. Una carta con su propia letra.
Este, con un cinismo increíble, había escrito una carta totalmente irónica dirigida al jefe de policía, burlándose de las investigaciones.
Podría argüirse que esas líneas las pudo escribir algún necio bromista. Pero la misiva contenía detalles reveladores de los cuerpos de las víctimas, que el gran público desconocía, lo que confirmaba que las había redactado el propio asesino.
La carta –extensa- comenzaba, con una especial ironía:
_”Me hace gracia, escribía que se supongan tan inteligentes como para poder descubrirme. Pero estoy seguro de lograr mis dos objetivos: eliminar prostitutas, por las que siento una personal repugnancia y demostrarles a Uds. –la Scotland Yard-, que no son infalibles, y que yo soy mucho más hábil que ustedes”, finalizaba.
Realmente un enfermo mental –que sin duda lo era- pero también inteligente. Utilicé la palabra enfermo, porque un asesinato puede explicarse por cien motivos, pero jamás habrá una razón que lo justifique.
La primera víctima fue Emma Smith, asesinada en abril de 1888.
Cuatro meses después en agosto la segunda víctima, mutilada horriblemente, como la anterior.
El mismo mes la tercera, y el 30 de noviembre la cuarta y última prostituta.
Y ya nunca más se supo de “Jack el Destripador”.
Fue considerado el caso criminal más indescifrable del planeta, y el más famoso de su tiempo.
Han pasado ya más de ciento veinte años. El barrio de Whitechapil, donde sigue habiendo callejuelas estrechas y pasadizos sin salida, ya no inspira temor.
Por el contrario es explotado para el turismo de todo el mundo, que siente, como dijimos al comienzo una cierta atracción por lo macabro.
Está hoy perfectamente iluminado y con intensa actividad comercial.
En cuanto a Jack el Destripador, fue –quién podría negarlo- simplemente un enfermo –reitero-, que había matado lo mejor de sí, con el lo cual, era simultáneamente asesino y víctima.
Fue uno de esos seres que necesitaban destruir. Incluso ruinas.
Porque a ese tipo de infierno en el que se manejó, solo se desciende voluntariamente. Quizá porque su mente distorsionada solo le hizo amar el odio.
Y cerramos con un aforismo que creo armoniza con la persona de Jack el Destripador.
“Quien se revuelca en el lodo, forma parte del lodo”.