“Los hombres inferiores solicitan venganza. Los superiores sólo reclaman justicia”.
Calles, pasajes, barrios y hasta una estación del subterráneo de la Ciudad de Buenos Aires, levan el nombre de Jean Jaures. ¿Pero quien fue y qué hizo este personaje histórico, que recibe tanto homenaje en nuestra vida cotidiana. Veamos.
En 1914 comenzaba la Primera Guerra Mundial. Y un crimen, ejecutado fríamente, precipitó el conflicto.
Porque un solo fósforo puede incendiar un bosque…
Fue el asesinato de uno de los hombres más lúcidos que diera Francia a la humanidad: Jean Jaures.
Una calle de Buenos Aires y varias del interior lo recuerdan.
Una mano criminal apagó para siempre la vida multifacética de este periodista, pero también político, orador y filósofo.
Alguien dijo que un analfabeto puede lanzar una piedra al mar y mil sabios no podrían recuperarla.
Casi en la mitad del siglo XX ocurrió al asesinato de Ghandi en 1948, de Kennedy en 1963, de Luther King en 1969.
Jean jaures, un idealista total, se doctoró en Filosofía.
Se casó a los 27 años. Siendo ya diputado era un joven soltero de 26 años, cuando asumió el cargo, algo desusado para la época.
El periodismo también lo atraía.
Muy joven viajó a Argelia, entonces colonia francesa.
La palabra colonialismo le pareció siempre una negación de lo más sagrado que poseen los pueblos: el derecho a su libertad.
Pero todavía no había cristalizado el combativo líder que guardaba su personalidad, junto a un abanderado de la moral y de la dignidad, como lo fue posteriormente.
Era la época de la condena y destierro del Capitán Dreyfuss, a quien se acusaba falsamente de haber suministrado secretos militares al gobierno alemán.
A Jean Jaures le preocupaba Francia y sus instituciones.
Y tenía algunas dudas sobre la legitimidad del proceso a Dreyfuss.
Y un día de enero de 1898 –con ya 40 años- Jean Jaures se dispuso a leer –como todas las mañanas- el diario “La Aurora”. Un título a ocho columnas que decía –“Yo Acuso”- lo impresionó.
Emilio Zolá, el gran escritor francés había comenzado la batalla por la dignificación del ser humano, en esta circunstancia Jean Jaures leyó el artículo que era en realidad la copia de una carta de Emilio Zolá al Presidente de Francia, en la que denunciaba la suma de intereses creados para condenar a Dreyfuss. Lo leyó dos o tres veces.
Intuyó donde estaba la verdad y la justicia y tomó la decisión de alinearse junto a Zolá, a quien el ministro de guerra ya había iniciado un juicio penal.
Jean Jaures hizo una apelación –recordemos que también era abogado- ante la Cámara de Diputados, en pro de la reivindicación de Dreyfuss y solicitó declarar también en el proceso contra Zolá.
Allí, durante treinta minutos electrizó a la multitud que ocupaba el tribunal.
Sabía que su intervención echaría sobre sus débiles hombros a los enemigos de la luz.
Porque un microbio puede empujar una calumnia. Y un gigante no puede detenerla.
Pero él eligió voluntariamente ese camino. El camino de la dignidad, que es un sentimiento tan noble, que compensa las pérdidas que causa.
Sabía que la lucha podría soportarla. Lo que no podría Jean Jaures, era aceptar un reproche de su conciencia.
No ignoraba que todo era una verdadera parodia de juicio.
El resultado –la no reivindicación de Dreyfuss y la condena al escritor Zolá a un año de prisión- había sido dictado de antemano.
En 1903, con 44 años, siendo aun diputado, fue elegido vicepresidente de la cámara.
En ese recinto, descubrió ante la opinión pública francesa datos decisivos en torno al proceso judicial más escandaloso del siglo XIX, que culminaría con la absolución total y definitiva del Capitán Dreyfuss.
Ocho años después, Jean Jaurés visita la Argentina. Pronunció varias conferencias.
Y llegó en 1914. Tenía 55 años.
Un 31 de julio de ese año, un criminal asesina a este preclaro intelectual.
Su muerte fue posiblemente, uno de los detonantes que encendieron la chispa de la Primera Guerra Mundial.
Con él concluye una época, la “belle époque”.
Quizá la historia no nos muestre un ejemplo más perfecto de coincidencia entre el fin de un hombre y el comienzo de una etapa triste de la humanidad.
Fue uno de esos seres que lucharon por lo imposible. Y lo hicieron posible.
Y este hombre que bregó por verdades que nacieron brisas, pero que fueron ciclones, trae a mi mente este aforismo.
“Un solo brote de justicia justifica arar un desierto”.