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sáb, 27 Jul 2024

MARTIN LUTHER KING, EL MILLONARIO ESPIRITUAL. POR JOSÉ NAROSKY

¡Odio racial!, ¡odio religioso!, ¡Qué vergüenza ante las generaciones venideras!”

Se me ocurre pensar que en un mundo de lobos, los corderos parecen desentonar. Y un 4 de abril de 1968, uno de esos lobos, con apariencia de hombre, oprimió el gatillo. El destinatario de la agresión era un pastor evangelista, al que su sensibilidad había debilitado, pero al que esa misma sensibilidad había otorgado otras fuerzas.

Tenía la víctima en ese momento 39 años. Una bala alojada en su cuello había logrado el milagro de transformar -con su muerte- a un luchador de la no violencia, en un símbolo. Se llamaba Martin Luther King. Y era el mismo hombre que cuatro años antes, en 1964 -a los 35 años- había sido el tercero de raza negra en recibir el Premio Nobel de la Paz. Galardón que en 1963 (el año anterior) se había otorgado a la Cruz Roja Internacional.

Nació un 15 de enero en 1929 en un hogar cristiano protestante, en el segregacionista estado de Georgia, -en Atlanta, su capital-, hermosa ciudad que tuve ocasión de visitar y en la que se notaba un latente racismo. Su padre era pastor de una Iglesia Bautista para negros.

Ya en su niñez conoció la amargura de la segregación. A los 24 años, siendo pastor, se casó con una joven estudiante de su color negro. Inició su función en una conflictiva población sureña: Montgomery, en el estado de Alabama. Y un episodio, por el cual una mujer negra de más de 70 años de edad, fue expulsada de un ómnibus, maltratada y arrestada por negarse a ceder su asiento a un joven blanco, fue el detonante que inflexiblemente había de llegar.

Corría el año 1955. Y comienza su lucha contra la segregación en el transporte. En enero de 1956 llega su primer arresto, simplemente por transgredir una ordenanza de tránsito. El Ku Klux Klan, en la que hombres burdos crearon torturas refinadas, entra en acción. Dinamitan su casa Pero Luther King responde con un boicot al transporte. Hasta que un fallo de la Suprema Corte rechazó la discriminación en los vehículos públicos.

Es el primer peldaño de una larga escalera. El prestigio de Luther King iba creciendo rápidamente. En 1964, el Presidente de los EE.UU., Lyndon Johnson firmó la Ley de los Derechos Civiles. ¡Igualdad para todos! Fue un día de gloria.

Martin Luther King sollozaba en silencio y en esas lágrimas iban las lágrimas de todos sus hermanos de raza. Al año siguiente, se consagró, mediante una ley, el Derecho de los negros al voto. Otro gran logro. Poco a poco iba asomando el sol de la justicia.

Ubiquémonos en el fatídico día 4 de abril de 1968. En la ciudad norteamericana de Memphis, los barrenderos municipales -negros en su totalidad- reclamaban mejoras salariales. Realizaban una manifestación a las 10 de la mañana de ese día. Lo hacían en silencio y en perfecto orden.

Luther King encabezaba la marcha con su lema, de la no violencia militante. De repente se oyó un fuerte estampido. Se ignoraba de dónde provenía. Un joven manifestante negro cayó ensangrentado. Murió instantáneamente.

El líder prometió hablar esa misma tarde desde el balcón del hotel donde se hospedaba. A las 18 hs. una multitud esperaba su palabra. Salió al balcón. A los cinco minutos un disparo se alojó en su cuello.

¡Qué podríamos agregar…! Que un día 10 de diciembre, actualmente día de los Derechos Humanos, se le otorgó el premio Nobel de la Paz. Ya no hay en todo el territorio de los EE.UU. ninguna ley que discrimine a los seres humanos por su color.

Y esa mano que sin duda mató por odio que es tan indigno como matar por precio, inspiró en mi mente este aforismo.

“Cuando leo que se asesinó a un hombre, quisiera ser analfabeto”.

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