“Las mentes claras, comprenden mejor las épocas oscuras”.
Todo hombre se parece a otro hombre. ¡Se parece!. Pero nunca es igual al mismo.
Hoy me referiré a Benjamín Franklin, fallecido un 17 de abril de 1790 a la edad de 82 años. Fue poseedor de un increíble y diversificado talento.
Porque así como “la mediocridad es unilateral, el talento siempre es multifacético”.
Porque Franklin fue escritor, científico, diplomático, periodista.
Además colaboró nada menos que en la redacción de la declaración de la Independencia de los EE.UU., su patria.
Se me ocurre acotar aquí un aforismo, que creó Julio Verne.
“¡Cuánto pudo pensar un solo hombre!. ¡Cuánto podría una humanidad… pensante!”.
Franklin ya a los 10 años dejó, por razones económicas de su familia, muy modesta, de asistir a la escuela.
Claro que fue desde esa temprana edad, un lector infatigable.
Aprendió a los 12 años el oficio de tipógrafo. ¡Todo le interesaba!.
Leía a un promedio de 2 a 3 libros por semana, fuesen estos de ciencias o de filosofía. Su mente joven no descansaba.
En su época, siglo XVIII, la gente casi ni se escribía entre sí, por el costo y la demora de la correspondencia.
A Franklin se le ocurrió crear –y lo logró- el primer servicio nacional de Correos en América, que hoy nos parece tan natural.
Actualmente, el e-mail lo va reemplazando paulatinamente.
También creó la primera Compañía de Seguros contra incendios y la primer biblioteca pública en nuestro continente.
Le interesó también la electricidad. Sus investigaciones le dieron fama internacional en ese campo.
Y además tuvo el tiempo y la capacidad para manejar fluidamente 6 idiomas.
Pero falta agregar un invento que ayudó y –ayuda aún hoy- a salvar vidas humanas: el pararrayos.
Su primera observación o deducción fue que los cuerpos terminados en punta, atraen más fácilmente la corriente eléctrica.
También dedujo, que el rayo, ese enemigo hasta entonces imposible de vencer –o de defenderse de él- tenía la misma naturaleza que la electricidad. Y que ésta se acumulaba donde encontraba más fluido eléctrico y que inversamente tendía a desaparecer donde había menos.
Denominó a esas electricidades positiva y negativa.
La primera experiencia la efectuó con un barrilete.
En su parte superior, colocó una punta de hierro. Y un día que se avecinaba una tormenta, remontó el barrilete que tenía conectada una llave eléctrica. Recalco la palabra eléctrica.
Con las primeras descargas y ya remontado el barrilete, abrió la llave. En ese mismo instante lo sacudió a Franklin en su cuerpo una poderosa descarga.
La naturaleza del rayo estaba confirmada. Y el pararrayos ya sería una realidad.
Colocó el primero de ellos, en una casa de Filadelfia. En la parte superior, puso una barra de hierro para atraer no tanto el rayo sino para descargar de la atmósfera, la electricidad de que se hallan cargadas las nubes, en las tempestades.
En la parte inferior colocó un largo hilo conductor hacia tierra y lo enterró a 4 ó 5 metros.
Cuando llegó una gran tormenta, el rayo fue atraído hacia ese lugar pero siguió hacia tierra sin producir daño alguno.
El invento fue recibido con júbilo y le deparó a Franklin honores y prestigio internacional.
Fue también, un hombre irreductible en sus ideas. Porque él sabía que “transar en un principio, era transar en todos los principios”.
Y pasó su larga vida de 82 años aportando para la humanidad, es decir, sembrando. Pero no por un interés particular sino sólo y simplemente… por la siembra.
Y este hombre que hace más de dos siglos, cuando el mundo era todavía un laberinto, demostró que los iluminados siempre conocen la salida, trajo a mi pluma este aforismo que mencioné al principio.
“Las mentes claras comprenden mejor las épocas oscuras”.