Por José Narosky
Épocas de impiedad nacieron hombres muy piadosos
Cada 15 de septiembre, Nicaragua celebra su Día de la Independencia, que tuvo lugar con la firma del Acta de Independencia en 1821, junto con Honduras, Costa Rica, El Salvador y Guatemala.
Quien esto escribe, residió durante muchos años en la Ciudad de Adrogué, Partido de Almirante Brown, al sur del Gran Buenos Aires, llamada también la Ciudad de los Árboles.
Es sorprendente la curiosa diagramación del lugar y de sus diagonales, que convergen formando numerosas plazas.
Esa característica tan especial, sumada al perfume de las flores que en primavera la hacen inconfundible, atrajo a ella a numerosos poetas. Incluso Jorge Luis Borges, vivió largos años en Adrogué. Y también residieron allí, Miguel Cané, autor de Juvenillia y Belisario Roldán.
Pero no todos saben, que en una vieja quinta de Adrogué, en la calle Avellaneda, vivió un poeta de fama universal.
No era argentino, pero quiso mucho a esta tierra.
Se llamó Rubén Darío.
Había nacido en 1876 y falleció un 7 de febrero de 1916, teniendo 49 años.
Fue un hombre de un espíritu especial, que sintió que sólo cuando volaba, no corría el riesgo de caer.
Era un poeta, que soñó –y no se equivocaba- que sus lectores soñarían sus sueños. Un ser humano en definitiva, que encontró la magia de las pequeñas cosas. Porque descubrió que la magia, está en las cosas.
Y para mostrarles más acabadamente su personalidad, quiero recordar un pequeño trozo de un poema muy conocido, que define no solo la pureza del poeta, sino también su talento:
Puede una gota de lodo
Sobre un diamante caer
Puede también de este modo
Su fulgor, oscurecer.
Pero aunque el diamante todo
Se encuentre de fango lleno
El valor que lo hace bueno
No perderá ni un instante
Y ha de ser siempre diamante
Por mas que lo manche el cieno.
Había nacido en América Central, en Nicaragua, en 1867, el mismo año que nacía un gran escritor argentino, Roberto J. Payró, autor de “El Casamiento de Laucha”, de quién fue gran amigo. Porque cuando Rubén Darío vivía en Adrogué, Payró residía en Lomas de Zamora, ambas ciudades del Sur del Gran Buenos Aires que son geográficamente muy cercanas. Hay 2 o 3 kilómetros de distancia, entre ellas.
Rubén Darío, de origen mestizo, de salud enfermiza, de vida irregular, en la que el alcohol y las mujeres ¡hombre al fin! jugaron un rol preponderante, tuvo una generosidad y una nobleza no menor que su talento.
En 1916, un año antes de su muerte, acaecida a los 49 años, con una situación económica bastante precaria, había conseguido cobrar del gobierno de Nicaragua, su patria, una vieja deuda, luego de varios años de lucha legal.
Y aquí un caso inusual que pinta claramente su generosidad.
Habiendo retirado Rubén Darío, el dinero de una institución bancaria, al salir, se encontró en la calle con una humilde vendedora de frutas, que estaba acompañada por cuatro hijos pequeños. Era de aspecto enfermizo.
Extrayendo de su billetera todo el dinero percibido pocos minutos antes, Rubén Darío se lo regaló a la mujer diciéndole:
-“Tus hijos están desnutridos, aliméntalos”.
¡Qué podría agregar!. Que su generosa sensibilidad, trae a mi mente un aforismo para este escritor que ya no late, pero que nos sigue haciendo latir.
“El gran poeta no es solamente el que escribe mejor, sino aquel que siente mejor.”