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sáb, 7 Sep 2024

Oscar Aleman. Por José Narosky

“Mirar hacia atrás puede indicar el camino”.

Considero que “el músico pobre es más rico que el millonario sordo”.

Aludiré hoy a un músico argentino, que durante muchos de sus 71 años de vida, llevó el peso de la escasez de recursos junto a la enorme riqueza de su singular talento musical.

Se llamó Oscar Aleman y hace varios años que nos mira desde el cielo, pues falleció un 14 de octubre de 1980.

Componían su familia 5 hermanos varones –todos con gran aptitud musical- y 2 mujeres.

El padre, decidió formar un conjunto de Jazz con sus 5 hijos varones y se dirigieron a probar suerte a Brasil, dejando a las 3 mujeres, solas en el Chaco.

Ya en Brasil la fortuna no les sonrió.

Finalmente el conjunto se disolvió. Pero carecían de dinero para poder regresar.

Y les llegó en ese momento una penosa noticia. Su madre había muerto.

El padre, acosado por remordimientos, se suicidó. Oscar Alemán tenía solamente 8 años y se quedó en Brasil, incluso sin sus hermanos, que regresaron. Quedó en total desamparo, en la ciudad brasileña de Santos. Alguien le había prestado al niño Oscar un Cavaquinho, que es una pequeña guitarra de sólo cuatro cuerdas que él –sin conocer todavía una sola nota musical- pulsó desde el primer momento con gran habilidad.

Pasaron algunos años y consiguió un modestísimo contrato en una boite del puerto de Santos donde ya podía comer y tenía un lugar –en el mismo local- para dormir.

Conoció allí a Bueno Lobo, un guitarrista brasileño, buen músico y muy honesto como persona. Este se apiadó del joven que ya había aprendido tempranamente que “de la soledad no se huye. Porque se lleva…”

Siguió pasando el tiempo.

Se dio el principio del éxito y la posibilidad de viajar a París.

Una prueba y ya se integró al famoso conjunto de Josefina Baker como gran figura internacional.

Pasaron diez años más allí.

Alemania, invadió Francia y le llegó algo muy doloroso en lo que jamás había pensado: el desprecio de algunos.

El nazismo, que sostenía la superioridad de la raza aria, había ocupado París. Y él era negro y por lo tanto inferior, para los ciegos mentales.

Después de los 20 años en Europa decidió regresar a su Argentina y formó aquí un quinteto de éxito con el rótulo de “Oscar Aleman y su Orquesta de Swing”.

Conquistó rápidamente a un gran espectro del público.

Teatros, radios, boites competían por contratarlo.

Se sentía feliz y sereno. Había cumplido ya 50 años cuando una inexplicable indiferencia artística lo condenó a un olvido de 10 años.

Fue otro episodio no fácil de manejar.

Tenía 63 años cuando se encendieron otra vez para él, las luces de las bambalinas. Y ya hasta su muerte acaecida un 14 octubre de 1980, no lo abandonó el éxito ni el afecto de su pueblo que comprendió toda su valía artística que resiste –esta es una opinión personal- comparación con los grandes del jazz universal como Louis Amstrong o Duke Ellington.

Y un aforismo final para Oscar Aleman cuya vida estuvo signada por luces y sombras.

“Al telón de la vida no lo levantan los aplausos”.

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