Kipling y el Elefante Que Necesitaba Amor. Por José Narosky
“¡Comprender!. Solo diez letras. Y salvarían al hombre…”
Les relataré un episodio sucedido en octubre de 1918, hace 100 años, aunque bien podría haber ocurrido hoy mismo.
Cuando oigo decir, que comprender es perdonar, recuerdo el conmovedor episodio de “Bozo”, que era un elefante de circo, al que habían condenado a muerte.
“Bozo” había sido siempre un animal dócil, real amigo de los niños.
En la pista central del vasto circo, bailaba el vals, por supuesto que toscamente claro, hacía diversas piruetas, y se tendía cuan largo era fingiéndose muerto.
Pero “Bozo” cambió de repente. Por tres veces, en una sola semana, trató de matar a su cuidador.
Las autoridades, notificaron al dueño del circo, que siendo ese elefante una real amenaza para el público, debían matarlo.
Londres, lugar donde sucedía este hecho, carecía en ese entonces –1918- de Sociedad Protectora de Animales. Y no hubo quien se opusiese cuando el insensible director del circo, resolvió resarcirse de su pérdida, vendiendo entradas para presenciar el fusilamiento del elefante “Bozo”.
¡Qué sentido humano el del dueño del circo!.
La tarde del sábado, día en que debía efectuarse la ejecución, la multitud, que llenaba el circo, observó un montón de fusiles y un grupo de tiradores.
Frente a la jaula, el director del circo, vestido de frac, se disponía a dar la señal de fuego, cuando sintió que alguien le ponía la mano en el hombro.
Lo observó. Era un hombre desconocido para él.
-¿No le gustaría más a Ud., dejar vivo a ese elefante?. le preguntó el supuesto intruso.
-Es imposible –repuso el dueño del circo-. Se ha vuelto peligroso y no hay manera de hacerlo cambiar.
-Permítame entrar por un momento en la jaula y le probaré que está Ud. está equivocado, dijo el desconocido, que recibió esta respuesta
-¡No lo puedo hacer!. Lo destrozaría a Ud. de inmediato y yo sería el responsable.
-Supuse que esa sería su contestación –dijo el hombre-.
Por eso, yo he traído una declaración jurada en la que lo eximo a Ud. de toda responsabilidad.
-Si es así, pruebe nomás.
-“No se preocupe Ud.”. El desconocido se despojó prestamente del sombrero y la chaqueta.
-“Ábrame por favor la puerta de la jaula”.
Interrumpiendo su incesante paseo. “Bozo”, el elefante clavó sus sanguinolentos ojos en el desconocido.
Al sentir que descorrían los cerrojos, el elefante empezó a temblar.
El hombre entró resueltamente en la jaula y cerró la puerta de la misma. No llevaba arma alguna.
En ese momento, “Bozo” lanzó un bramido amenazador.
Con las primeras sílabas, el elefante quedó estático y cauteloso.
El desconocido le estaba hablando en un idioma extraño, que sólo Bozo parecía comprender.
Al fin el animal lanzó un grito. Un grito ahogado, lastimero, semejante al sollozo de un niño.
El hombre le acarició la larga y pendular trompa. Luego le enrosco la punta en su muñeca y echó a andar despacio, guiando al elefante que lo siguió dócilmente alrededor de la jaula.
Los asombrados espectadores, incapaces de contener ya su emoción, estallaron en atronadores aplausos. Ya no era necesario matarlo.
Al salir de la jaula, el desconocido le dijo al director del circo:
-No hay nada de maldad en Bozo. Se sentía nostálgico. Es un elefante de la India. Le hablé en indostaní, el idioma que está acostumbrado a oír desde pequeño, y se tranquilizó. Lo que necesitaba era simplemente, un poco de ternura que consolara su pena y su soledad.
Al pasear maquinalmente los ojos por el documento que el desconocido le había entregado, el director leyó el nombre de la persona autorizada. Era Rudyard Kipling, el famoso escritor nacido en la India. El más joven, con solo 42 años, en recibir el premio Nobel de literatura.
Y este relato del elefante “Bozo”, pinta la noble condición humana de Rudyard Kipling. Diría resumiendo, que este hecho es un canto a la comprensión. Pensemos que comprender!, sólo diez letras, salvarían al hombre.