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sáb, 27 Jul 2024

Dr. Selman Waksman descubridor de la estreptomicina Por José Narosky

 

 

“Quien disimula su caridad es doblemente generoso”.

Es sabido que el Premio Nobel de Medicina es un galardón que obtuvieron sólo dos argentinos.

En 1947 el Dr. B. Houssay y en 1984 el Dr. Cesar Milstein. Que no era médico, sino Dr. en Química.

También obtuvo un Nobel el médico el Dr. Luis Leloir en 1970, pero no en medicina, sino en química.

Hay apellidos de otros ganadores extranjeros del Premio Nobel de Medicina, que pueden resultarnos familiares. El del Dr. Robert Koch, alemán, que descubrió el bacilo de la tuberculosis, conocido precisamente como bacilo de Koch.

El del Dr. Paul Ehrlich, también alemán, que contribuyó al descubrimiento del Salvarsan y con este remedio, al eficaz tratamiento de la sífilis.

Y ni hablar de Alexander Fleming, inglés, otro Premio Nobel de Medicina, por el descubrimiento de la penicilina.

Pero quizá, no suene tan conocido el apellido de un médico ucraniano, nacionalizado estadounidense, que lo ganó en 1952 -hace mas de 70 años-, por el descubrimiento de la estreptomicina, que jugó un rol decisivo en la lucha final contra la tuberculosis. No solamente contra esta enfermedad.

Su nombre: Selman Waksman.

Sólo pudo realizar estudios primarios, dado que era judío y por ello no se le permitía asistir a cursos superiores.

En 1910 –ya tenía 22 años, habia nacido un 22 de Julio de 1888- emigró con su familia a los EE. UU..

Y antes de los 30 años, superando las barreras del idioma diferente, de la pobreza, de la adaptación a un país también nuevo, se recibió de médico.

Es que la necesidad, quizá no otorgue fuerzas. Pero las descubre.

Un flagelo estaba destruyendo en esa época, numerosas vidas. Era la tuberculosis, con un bacilo resistente e invencible hasta ese momento, el basilo de Koch.

Y este inmigrante, hijo de una modesta familia (rusa ucraniana), se prometió a sí mismo, vencerlo.

Waksman había intuido –basado en algunas observaciones- que debía existir alguna sustancia química, producida por un microbio, que tuviese el poder de destruir a otros microbios o bacterias.

Había que encontrar ese microbio y posteriormente a la sustancia que pudiera vencer al terrible bacilo de Koch, que era el que causaba la tuberculosis.

El Dr. Waksman sabía que en el suelo, en la tierra que pisamos, hay infinidad de microbios. Y que muchos de estos morían. Y morían… precisamente por la acción de otros, digamos… los buenos de la película.

¿Pero cómo encontrar a estos?, a los buenos microbios.

Porque hay como 10.000 en total.

Los estudió a todos y descubrió que unos 1.000 aproximadamente, podían ser positivos, es decir, podrían alojar una sustancia que destruyese el virus, y así fue buscando y descartando hasta que a los 63 años, luego de 30 años de investigación, descubrió el microbio que produce la sustancia química salvadora que denominó Estreptomicina.

Estudió sus efectos y llegó a la conclusión que usada en dosis moderadas, no dañaba al organismo. Y que también ayudaba a combatir otras enfermedades: la tos convulsa, la disentería, la neumonía.

Cuando un glorioso día, para el Dr. Selman Waksman en octubre de 1952, el Rey de Suecia le entregó el Premio Nobel de Medicina, su discurso duró solamente 3 minutos. Y tenía 30 para hacer uso de la palabra.

Dijo en su muy breve alocución:

-“Soy el hijo de un humilde herrero ucraniano. Agradezco a la vida que me ha permitido vivir este momento. Siempre tuve fé, pese a mil fracasos. Pero considero que peor que el fracaso, es bajar los brazos. Nada más.”

Porque se puede vivir sin realidad. Pero no se puede vivir sin ilusión.

Selman Waksman volvió a ser humilde económicamente, porque donó el total –el total- de sus ingresos –nada menos que 700.000 dólares sólo el primer año- a la Universidad de Nueva Jersey que lo apoyó siempre.

El día que hizo la donación declaró:

-“Soy tan rico espiritualmente, que no me podrá alcanzar nunca la pobreza. Sólo la sentí en mi infancia y no por lo económico, sino por el dolor de ser casi expulsado del país en que nací, y solamente por profesar una convicción religiosa diferente.

Y para Selman Waksman, el hombre que a la luz del conocimiento humano, agregó más luz y que un 16 de agosto de 1973 entraba en la eternidad, un aforismo.

“En épocas de impiedad, nacieron hombres muy piadosos”.

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