Por Jaime Selser. Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Consultor y Analista Político
Un argentino ejemplar, con cuatro doctorados y rector emérito de la universidad privada más grande de la Argentina, el doctor Edgardo Néstor de Vincenzi, escribió un interesantísimo libro titulado “Argentina Sociedad Anónima”, la obra está basada en la idea de que cada uno de los argentinos debe tener un espíritu societario o societatis para con otros argentinos y así anteponer el interés colectivo a los intereses particulares.
En esa obra se explica que si ese sentimiento colectivo de pertenencia se multiplica el éxito y la superación como sociedad y como nación será el resultado final para nosotros.
Pero, más allá de la buena intención del autor, en la esencia de las sociedades anónimas y en la esencia de las naciones, hay una brecha que nunca podrá conciliarse.
Vivimos una época en que se está poniendo de moda nuevamente el individualismo, la idea de la libertad, el liberalismo, la cultura del mérito, la cultura del esfuerzo, la multiplicación de historias de superación individual. Es tal la fuerza de esas ideas que han llegado al gobierno con el triunfo de Javier Milei en las elecciones presidenciales. El rechazo a la vieja política y a lo que el propio presidente denosta como “la casta” de los políticos tradicionales, abrió un espacio enorme en la gestión pública a funcionarios y jerárquicos de empresas privadas en la actual gestión estatal.
Pero, veamos que es una sociedad anónima en la República Argentina y si podríamos como nación ser tal cosa.
La Sociedad Anónima (S.A.) es una de las formas más comunes de organización empresarial en el marco legal argentino. Se trata de una entidad mercantil que se caracteriza por su capital dividido en acciones y la responsabilidad de los accionistas limitada al monto de sus aportes.
Mientras que el ESTADO es la expresión de sus elementos sustantivos -la población, territorio y soberanía-, sintetizados en una estructura de poder constitutivo de la cual es titular el propio Estado que éstos conforman y que, ciertamente, debe distinguirse del modo en que el mismo es ejercido y de cómo son designados aquellos que lo conducen. No hay en el ningún fin de lucro y su única finalidad es el bien común.
Ahora bien qué dice la Constitución de la nación Argentina sobre qué es y cuál es el rol del Presidente de la Nación.
El presidente de la nación es el titular del poder ejecutivo nacional y es el administrador general de la nación y comandante en jefe de las fuerzas armadas. Más clara no puede ser la Constitución. El presidente no es el estado, ni es la ley, no estamos en una monarquía absoluta, ni en el corporativismo fascista. La Argentina es una República democrática en la cual los poderes están divididos. Y como todos sabemos son tres, ejecutivo, legislativo y judicial. Por lo tanto el presidente debe ceñirse a su rol y a su función, debe respetar la división de poderes aceptar y comprender que de su firma no pueden emanar las leyes, sí es su obligación promulgarlas.
Mientras que la elaboración el análisis debate y sanción de las mismas corresponden a los representantes del pueblo de la nación que son los diputados nacionales y los representantes de las provincias que son los señores senadores nacionales.
Los argentinos debemos comprender que la superación y encontrar el camino a la salida de la crisis que nos azota, no está en las manos de una persona. Sí hay líderes, claro, por supuesto. Referentes sociales y políticos como el señor Presidente de la Nación, que tienen una idea muy clara de cuál debe ser el camino, pero son lo que son, personas e individuos argentinos, con responsabilidades administrativas, con representación popular con respaldo del pueblo. Pero ni él ni nadie tiene en nuestra República la suma del poder público. Con idas y vueltas, con debate, con conversación social y búsqueda de consenso la Argentina saldrá del pozo en el que está metida y será sin dudas, una nación poderosa….el más valioso e insustituible e incomparable valor lo tenemos y es el talento de los argentinos.