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jue, 26 Dic 2024

Angel Labruna por José Narosky

“No observemos el paso de la vida. Viajemos en ella”.

Una pregunta que suelen hacerme, es si siento atracción por el fútbol. Confieso que me gusta.A

Parecería que el hecho de ser escritor –y plasmar aforismos en libros- me impidiese sentir todo aquello que hace a la legítima y noble emoción de un pueblo, como lo es el fútbol, que no sólo me agrada –y hasta lo sentí alguna vez como pasión- sino, que concurrí 20 años seguidos a ver a mi equipo favorito: el Club Atlético Lanús.

Incluso se me ofreció la Presidencia de la institución hace muchos años, honor que me negué a aceptar. Sin embargo, en esos dias y por cosas de la vida (por cuestiones estatutarias), fui Presidente de Lanús por un día.

Y hago este prólogo inicial, porque hoy me referiré a un ídolo futbolístico. Pero que además de su aptitud deportiva dejó el sello de una personalidad discutida, es cierto, pero también auténtica, valiente, leal. Se llamó Angel Labruna.

Jugó casi ¡veinte años! en primera división y en el mismo equipo: River Plate.

Angel Labruna, si aún viviese, este 28 de noviembre cumpliría 101 años.

Cuando dejó la práctica activa del fútbol en 1959, tenía ya más de 41 años.

Al retirarse, quiso aplicar su experiencia, su inteligencia, su sagacidad, como director técnico. Y lo hizo en varios equipos: en Platense, en Rosario Central –que salió campeón de la mano de Labruna- y en Talleres de Córdoba.

Y luego, en esa misma función, pasó a dirigir a su River. Y logró coronarlo campeón cuatro veces, entre 1975 y 1980.

Pero no mostró soberbia. Era realmente modesto y sabía que un vencedor arrogante es un derrotado. Porque no ignoraba que quien se cree infalible, ya está fallando.

Me falta mencionar otra hazaña.

Siendo habilísimo y sutil como jugador, marcó casi 300 goles, cifra desusada.

Creo recordar que solamente el jugador Erico de Independiente hizo una cifra parecida, hoy discutida, porque aparentemente Labruna cuenta con un gol no computado.

Fue por supuesto internacional. Jugó en Inglaterra, en Portugal, y en el desastre deportivo de la Selección Argentina en Suecia.

Fue un hombre muy apegado a la vida familiar y aunque en su hogar soñaba con viajar, en sus viajes soñaba con su hogar.

Pero sigamos con el Labruna “ser humano”.

Tuvo un dolor muy hondo, que oscureció los últimos diez años de su vida. A los 18 años de edad moría su hijo Daniel, que había heredado su personalidad, no sólo humana sino también futbolística.

Nunca pudo superar esta herida. Porque hay dolores para los que las lágrimas no alcanzan.

Y en medio de la euforia de campeonatos, de éxitos, de popularidad, solía asomar en su rostro arrugado, curtido, a veces áspero, una lágrima. Y una lágrima puede decir más que un llanto.

En septiembre de 1983, con casi 65 años de edad, moría Angel Labruna, transformándose de símbolo viviente, en un recuerdo.

Una simple operación de vesícula y un paro cardíaco posterior, lo llevaron físicamente a Angel Labruna a la inmortalidad. Porque sigue espiritualmente vivo, en el recuerdo de muchos.

Como él mismo lo repetía, no usó nunca “medias tintas”. Tuvo por ello adversarios enconados y admiradores fervorosos.

Todo en Labruna mostraba –aceptado o no- una total autenticidad.

Y una virtud que lo define. Conservó durante toda su vida los mismos amigos. Signo inequívoco de su hombría de bien.

Sus gestos, su exaltación, su rabia, sus actitudes imprevisibles, transformaron a este delgado y travieso jovencito nacido a metros de la vieja cancha de River en Avenida Alvear y Tagle, en un auténtico ídolo del deporte argentino.

Su trayectoria, su fervor, su apasionamiento sincero por todo lo que realizó, inspiró en mí este aforismo

“La autenticidad pierde amistades. Pero gana amigos…”

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